domingo, 22 de agosto de 2010

La décima letra.

No pasa demasiado tiempo antes de que parte de mi incomodidad desaparezca arrastrada por el alcohol. Las palabras son confusas, como un ruido de fondo, y no tengo energía para analizarlas sintácticamente. Así que, a través de la neblina de cuatro vodkas con tónica, y unos pocos chupitos, se me hace evidente que tengo que hablar con él. Ahora mismo.
Me digo que no tengo motivos para estar nerviosa. El hombre del rincón es alguien que me ha visto más veces de las que soy capaz de contar, alguien que solía ocupar una parte de mi vida. No importa que ahora sea un hombre en el rincón que finge que no me ha visto llegar a la fiesta, un hombre que preferiría hablar con una camarera de Hooter.
Nos separamos a causa de la muchedumbre del salón, y es entonces cuando entiendo la simplicidad de todo, la culminación de las elecciones que me han conducido a este momento, cuando me empiezan a caer los lagrimones.

No hay comentarios: